La noción de trauma es uno de los pilares fundamentales del corpus teórico freudiano. Y la rigurosidad científica con la que Freud elabora su teoría reside justamente en la fidelidad sobre su constante referencia a la clínica. El pasaje de la clínica de la mirada, propia de la medicina de la época, a la clínica de la escucha, abre la posibilidad a dar cuenta de cierto tipo de padecimiento subjetivo y a una nueva forma de pensar la psicopatología que se va descubriendo a la par de la construcción de un método que sirva para curarla. Si realizamos una partición de toda la obra freudiana, podemos distinguir dos ordenamientos metapsicológicos: el primero, abarca la producción entre 1900 a 1920, y el segundo de 1920 hasta el final de su obra. En cada ordenamiento ubicamos un modo de teorizar el aparato psíquico, una doctrina pulsional y una teoría de la angustia. En este escrito me propongo realizar una breve puntuación por el recorrido que Freud transita desde 1893, en lo que se podría nombrar como los primeros tiempos prepsicoanalíticos, con los aportes de sus primeros maestros, hasta las reformulaciones teóricas de la primera parte de su obra.

“Psicoanálisis del vejigante” por Rafael Tufiño (1971)
Como punto de partida, destacamos que el término trauma no se origina en la disciplina psicoanalítica, sino que su uso proviene de las ciencias médicas y se emplea para nombrar una lesión o una ruptura de hueso, órgano o músculo. “Traumatismo se reservaría más bien para designar las consecuencias sobre el conjunto del organismo de una lesión resultante de una violencia externa” (Laplanche & Pontalis, 2013, p. 447). Del mismo modo, la categoría histeria tampoco es patrimonio originario de nuestra disciplina, en aquel momento se utilizaba para nombrar un tipo de padecimiento que no tenía lugar en la psiquiatría, porque las histéricas eran consideradas meras simuladoras. Se le puede adjudicar a Jean Charcot (1825-1893) el haberle devuelto dignidad a la histeria, por oponerse al discurso médico de la época y reintroducirla dentro del campo de enfermedades nerviosas. En su visita a La Salpêtrière, en París, Freud toma contacto Charcot y con el modo que tiene de estudiar la histeria. Más precisamente, interesa rescatar las conceptualizaciones sobre la histeria traumática. Este cuadro encuentra su etiología en dos elementos: por un lado, la causa, que es de carácter hereditario, y por otro la condición de oportunidad, es decir, el momento donde la enfermedad comenzó a desarrollarse. Es aquí donde se ubica un trauma como factor ocasionador, haciendo referencia a un trauma mecánico: un trauma físico, un accidente en el cuál una parte del cuerpo queda alterada. Además, al sujeto se le asociaba la sensación de un peligro mortal. Como técnica para acceder al recuerdo de esa vivencia, Charcot se vale de la hipnosis, con fines netamente exploratorios, no terapéuticos, justamente porque siendo de causa hereditaria consideraba que la histeria no se puede curar.
En 1893, en la Comunicación preliminar de Estudios sobre la histeria, Breuer y Freud encuentran una analogía entre la histeria corriente y la neurosis traumática, y es que, en esta última, la causa no se encuentra en la lesión corporal del trauma mecánico, sino en el afecto del horror, es decir: se inaugura la teoría del trauma psíquico. “En calidad de tal obrará toda vivencia que suscite los afectos penosos del horror, la angustia, la vergüenza, el dolor psíquico; y, desde luego, de la sensibilidad de la persona afectada dependerá que la vivencia se haga valer como trauma” (p. 31-32). En este momento de la obra el trauma es una vivencia real acontecida, que además haya tenido la capacidad de generar afectos de carácter displacenteros, y a su vez va a depender de la capacidad metabólica del sujeto para elaborarla. Más adelante, en el mismo texto, se menciona que justamente lo decisivo es si la persona pudo reaccionar frente a esa vivencia o no. “Por «reacción» entendemos aquí toda la serie de reflejos voluntarios e involuntarios en que, según lo sabemos por experiencia, se descargan los afectos: desde el llanto hasta la venganza” (p. 34). Lo que advierten los autores es que sus pacientes no pudieron reaccionar adecuadamente, el afecto había quedado estrangulado, formando parte de un grupo psíquico separado. Por tal motivo, no se lo puede recordar. La finalidad del tratamiento será el poder recuperar ese recuerdo patógeno, y lograr abreaccionar el afecto estrangulado a través de la palabra.
En la fórmula etiológica, se ubica entonces, el trauma psíquico como agente ocasionador. En cuanto a la causa, los caminos de los autores se bifurcan: Breuer incluye en un primer grupo a una serie de estados psíquicos que nombra como estados hipnoides, y que producen un estrechamiento de la conciencia similar al del estado de previo a dormir. Llama a esta clase de cuadros histeria hipnoide, y como referente clínico presenta a Anna O. Él aborda este tratamiento con el denominado método catártico, que cura por la abreacción, mediante la técnica de la hipnosis. Pero Freud se va a inclinar por un segundo grupo, donde nombra una serie de escenas que imposibilitan la reacción del sujeto, por la naturaleza misma de la situación o porque se trataba de cosas que el enfermo quería olvidar “[…] y por eso adrede las reprimió {desalojó} de su pensar conciente, las inhibió y sofocó”. (p. 36). En este momento aparece por primera vez la represión como causa de la histeria, y se constituye como antecedente de la defensa. Como referente clínico, se puede ubicar a Miss Lucy R, por tratarse de un abordaje donde por un lado se decide a abandonar la hipnosis, pero también porque señala que lo traumático es el conflicto psíquico. El recuerdo patógeno se constituye como tal, cuando frente a ese contenido de la vivencia opera un mecanismo psíquico tendiente al rechazo, donde se lo trata como si nunca hubiese acontecido: opera un defensa. “El momento genuinamente traumático es aquel en el cual la contradicción se impone al yo y este resuelve expulsar la representación contradictoria. Tal expulsión no la aniquila, sino que meramente la esfuerza a lo inconciente” (p. 139).
Es interesante valorar la actitud técnica de Freud en el caso se la Señorita Elisabeth von R, donde además de renunciar definitivamente a la hipnosis, e instalar el método interpretativo con la asociación libre, ya no se va a preocupar tanto por los hechos, sino que va directamente a preguntar por el escenario psíquico. Le pregunta, por ejemplo, que pensó cuando el cuñado la invita a pasear por las montañas. No se trata de lo que el sujeto vivió en lo real de las circunstancias sino de lo esos hechos despertaron en la vida anímica. Freud va a la búsqueda de esas escenas que formaron nexos, como capítulos de una historia de padecimientos, y que en el análisis se descubren en una secuencia cronológica en sentido inverso.
En Las neuropsicosis de defensa (1894), Freud ubica definitivamente la causa de la histeria en la defensa. Dirá que: “[…] la escisión del contenido de conciencia es la consecuencia de un acto voluntario del enfermo, vale decir, es introducida por un empeño voluntario cuyo motivo es posible indicar” (p. 48). Por acto voluntario, se entiende que la defensa tiene motivos, pero esas razones de ninguna manera son deliberadas o concientes. Por otro lado, va a sostener que es adquirida, es decir que sobreviene a partir de un caso de insociabilidad entre las representaciones del sujeto y, además, esa representación inconciliable estará siempre dentro del terreno de la sexualidad. La defensa opera debilitando esa representación inconciliable arrancándole el afecto y repulsándolo fuera de la conciencia. Este es el mecanismo de la represión, que, habiendo divorciado la representación del afecto, desaloja la primera a lo inconciente, y al segundo elemento lo va a destinar a otros empleos. Dependiendo del síntoma neurótico desarrollará los tres mecanismos de formación de síntomas para cada destino del afecto: trasmudación a lo corporal en la histeria de conversión, falso enlace en el caso de las representaciones obsesivas, y el desplazamiento a una representación de un objeto exterior (fobia) en el caso de la neurosis de angustia.
En este mismo artículo, Freud introduce su primera hipótesis auxiliar, de carácter económica:
[…] en las funciones psíquicas cabe distinguir algo (monto de afecto, suma de excitación) que tiene todas las propiedades de una cantidad —aunque no poseamos medio alguno para medirla—; algo que es susceptible de aumento, disminución, desplazamiento y descarga, y se difunde por las huellas mnémicas de las representaciones como lo haría una carga eléctrica por la superficie de los cuerpos (p. 61).
Esta hipótesis es crucial para entender que un hecho o un pensamiento no es traumático en sí mismo, sino que deviene como tal a partir de que supera el umbral de tolerancia del sujeto que lo padece. Esta idea sea articula con la definición de trauma de Laplanche & Pontalis (2013):
Acontecimiento de la vida del sujeto caracterizado por su intensidad, la incapacidad del sujeto de responder a él adecuadamente y el trastorno y los efectos patógenos duraderos que provoca en la organización psíquica.
En términos económicos, el traumatismo se caracteriza por un aflujo de excitaciones excesivo, en relación con la tolerancia del sujeto y su capacidad de controlar y elaborar psíquicamente dichas excitaciones (p. 447).
Lo que Freud descubre, además, es que no nos encontramos con un único traumatismo, sino que lo que usualmente aparece en el proceso terapéutico es un eslabonamiento de una serie traumática, y esta cadena de representaciones siempre remite al ámbito de la sexualidad. En este momento de la obra, la génesis de la neurosis será la sexualidad infantil prematura producto de un atentado sexual del adulto, y se conoce como teoría de la seducción traumática.
Una nueva complejización de la teoría traumática aparece en la viñeta clínica La proton pseudos histérica (1895), usualmente conocida como el caso Emma. Aquí aparece la idea del trauma en dos tiempos: Donde se puede ubicar cómo un recuerdo puede devenir traumático aún cuando la vivencia no la haya sido en el momento donde se la experimentó. La vivencia del pastelero, a los 8 años de Emma, no fue traumática, pero sí su recuerdo. Se torna traumática a los 12 años, cuando pudo comprender la significación sexual de esa escena, la vivencia se reactualiza junto con su componente sexual. Este desfasaje temporal está en la base del conflicto de Emma, que se reprocha haber ido dos veces a la tienda, motivando de esta forma la defensa. “Dondequiera se descubre que es reprimido un recuerdo que sólo con efecto retardado ha devenido trauma” (p. 403). Entender el trauma en dos tiempos significa valorar que un pensamiento puede adquirir eficacia traumática con posterioridad. Una vivencia pretérita es capaz de adquirir carácter traumático a partir de su asociación con una vivencia posterior, que le provoca la fuerza traumática por efecto retardado, cuando esa primera vivencia no lo tenía en el momento que se la experimentó. Así como el pasado no determina el futuro, algo que ocurre en el presente puede desencadenar efectos en el pasado.
Esta noción sobre que las vivencias que devienen traumáticas no son necesariamente reales, cobra fuerza en la Carta 69 (1897). Freud señala que le resulta poco probable que en el origen de todo síntoma histérico se encuentre siempre un atentado sexual acontecido en la infancia, ya que en ese caso se tendría que pensar que todos los padres son perversos. Dirá, en cambio, que en muchos casos se tratan de fantasías inconcientes: ya no importa tanto la realidad material como si lo hace la realidad psíquica. Esta denominación sirve para nombrar todo el conjunto de mociones deseantes, fantasías y representaciones que se han inscripto psíquicamente, que son eficientes, pues posee la capacidad de generar efectos.
Para las futuras modificaciones en el modelo freudiano, habrá que revisar las reformulaciones introducidas en Más allá del principio de placer (1920), donde se conjuga el descubrimiento de la compulsión de repetición, a partir de emergentes clínicos que contradicen y desobedecen al principio de placer; y otros desarrollos como la problemática del Complejo de Edipo, que llevan a refundar varios de los conceptos nodales del aparato teórico: entre los que destaca la noción de trauma.
Referencias Bibliográficas
- Freud, S. (1893-1895): Estudios sobre la histeria, A. E., II.
- Freud, S. (1894): Las neuropsicosis de defensa (Ensayo de una teoría psicológica de la histeria adquirida, de muchas fobias y representaciones obsesivas, y de ciertas psicosis alucinatorias), A.E., III.
- Freud, S. (1895): Proyecto de psicología (Psicopatología: “La proton pseudos histérica”), A. E., I.
- Freud, S. (1897): Carta 69, A. E., I.
- Laplanche, J. y Pontalis J. B. (2013): Diccionario de psicoanálisis. Buenos Aires. Paidós.
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