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Intersticios de la contratransferencia: consideraciones sobre las teorizaciones flotantes en torno a las categorías de género.

Para pensar la praxis psicoanalítica es necesario apelar a dos conceptos técnicos que se presentan en la escena clínica: del lado del paciente, la asociación libre, que siguiendo a la regla fundamental, consiste en decir sin discrimación alguna todo aquello que se venga a la mente; y del lado del analista, la atención libremente flotante, que hace referencia al tipo de escucha que se le ofrece al analizado. Esta no debe conceder particular atención ni privilegio a un determinado fragmento o palabra del discurso del analizado, se debe intentar suspender todo prejuicio de la mente del analista. Cuando decimos intentar damos por supuesto que una escucha neutral es imposible, así como lo es escapar de la propia fantasmática que se juega en la relación con el paciente, en virtud de que el analista también es un sujeto de inconsciente. 

Lo antedicho es solidario con la noción de teorización flotante, que es un concepto trabajado por Piera Aulagnier, y que sirve para designar el lugar desde donde el analista escucha al paciente, y desde donde interviene. Abarca los contenidos preconscientes del analista como la teoría del funcionamiento psíquico que posee, el aparato teórico desde el que piensa al paciente y la fantasmática de su propia historia y la del paciente, así como también la historia transferencial que se va construyendo entre ambos. 

Este artículo es una invitación a reflexionar sobre las propias resistencias que surgen en los analistas al momento de escuchar. Algunas de éstas se recrudecen cuando se invita al Psicoanálisis a dialogar con otros discursos, como los provenientes desde los estudios de género y desde los movimientos disidentes. ¿Qué tiene que decir el Psicoanálisis sobre esto? ¿Tiene el Psicoanálisis algo que escuchar antes de poder decir?. Si nos aventuramos a incluir también dentro de las teorizaciones flotantes otras nociones como las categorías de género y sus estereotipos, la idea de familia, la anatomía del cuerpo y las prácticas sexuales; podríamos abrirnos a la pregunta sobre ¿qué escuchamos cuando escuchamos en la clínica?, ¿cómo se juega en la contratransferencia las teorizaciones flotantes sobre las categorías de género?.

“La creación de las aves” de Remedios Varo (1957)


Tomamos como punto de partida la escena analítica. Analista y paciente se encuentran en el espacio terapéutico. Desde allí podemos hacer dos lecturas: técnica y transferencial. Por un lado, retomando lo antedicho en la introducción podemos ubicar, por parte del paciente, la asociación libre, como el “método que consiste en expresar sin discriminación todos los pensamientos que vienen a la mente, ya sea a partir de un elemento dado (palabra, número, imagen de un sueño, representación cualquiera), ya sea de forma espontánea” (Laplanche & Pontalis, 2012, pág. 35). Es decir, que el paciente debe nombrar todo aquello que aparezca en su campo de conciencia, sin privilegiar ningún elemento, por más insignificante que le resulte y debe lograr hacer caso omiso a la censura moral que pueda aparecer como el pudor o la vergüenza. En su contraparte, el analista, va a escuchar el discurso del analizado desde su atención flotante, por ende no debe, a priori, conceder un privilegio a ningún elemento del discurso de éste, lo cual implica que el analista deje funcionar lo más libremente posible su propia actividad inconsciente y suspenda las motivaciones que habitualmente dirigen la atención. (Laplanche & Pontalis, 2012, pág. 37). 

Este es el encuadre técnico que hunde sus raíces en la relación terapéutica que se establezca entre ambas partes. El primer objetivo de la terapia es lograr establecer esta relación, en otras palabras, podríamos decir que se busca establecer la transferencia. 

El concepto de transferencia es uno de los pilares fundamentales de la teoría psicoanalítica. Una posible definición de transferencia “designa, en psicoanálisis, el proceso en virtud del cual los deseos inconscientes se actualizan sobre ciertos objetos, dentro de un determinado tipo de relación establecida con ellos, y de un modo especial, dentro de la relación analítica” (Laplanche & Pontalis, 2012, p. 439). Es decir, que si bien la transferencia es un fenómeno universal, es aprovechado dentro de la clínica en la relación terapéutica en la figura del analista. La instalación de una transferencia positiva, se puede traducir en aquellos sentimientos tiernos y amistosos, en la confianza depositada, en el respeto o la colaboración con el tratamiento que sirve para motorizar el análisis. 

Del lado del analista, podemos ubicar la contratransferencia, como el «conjunto de las reacciones inconscientes del analista frente a la persona del analizado y, especialmente, frente a la transferencia de éste” (Laplanche & Pontalis, 2012, p. 84). La lectura de la contratransferencia nos sirve para pesquisar qué está transfiriendo el paciente y permite orientar la intervención. Nos posibilita ofrecer una visión que explicite aquello que se pone en juego y abre la posibilidad de pensar sobre ello. 

Piera Auglanier, citada por Hornstein (2014), sostiene que: 

                                                                      El analista escucha las palabras del paciente, toma aquellas que tienen una particular resonancia afectiva en su propia fantasmática y en su capital teórico para transformar una hipótesis teórica de valor universal en un elemento singular de la historia de ese sujeto. El trabajo de ambos requiere de un compromiso compartido que se juega en el registro de los afectos y en el registro del pensamiento. 

Este trabajo preconciente del analista corresponde a sus teorizaciones flotantes, que es desde donde también interviene. La interpretación es la intervención privilegiada del psicoanálisis, que tiene por objetivo generar un efecto en el entramado representacional del analizado. Y mediante este trabajo se va reconstruyendo el sentido de los capítulos de vida del analizado, de los fragmentos de la historia pasada del sujeto, logrando una verdadera remodelación de las construcciones fantasmáticas con la que el paciente se contaba su propia historia. Esto es, operar sobre la realidad psíquica del paciente, y en el intercambio poder modificar su propio pasado representacional, posicionarse subjetivamente de modo diferente en el presente, y armar un proyecto de futuro. 

Esto nos invita a pensar en la dimensión del poder que se pone en juego en la psicoterapia analítica. El poder de la relación asimétrica entre analista y analizado, pero también del poder que tiene una interpretación para torcer el curso de un pensamiento, para cambiar el sentido de una significación, para cambiar la realidad psíquica del paciente. Y cuando decimos realidad psíquica, hacemos referencia a la constelación de deseos inconscientes y a las fantasías que de ellos se desprenden. No inocentemente, señalamos su oposición con la realidad material. 

Si decimos que interpretar es crear sentido, y crear sentido es crear realidad, podemos establecer un paralelismo entre la teoría freudiana sobre la realidad psíquica y la teoría de los mundos de vida, desarrollada por Labourdette (2020), donde justamente plantea la ingenuidad de pensar una teoría del conocimiento donde la realidad está escondida, como en apariencias. Él dice que “no hay duda de que si las “realidades” son construcciones sociales e históricas particulares, vividas como lo real, la teoría del conocimiento se complica. Pues las «realidades» resultan objetos de conocimiento inexcusables y son, al mismo tiempo, partes de lo que suele llamarse realidad.” (pág. 2). 

Para el autor las “realidades” parecerían ser totalizaciones que se construyen en las distintas sociedades, en sus determinadas coordenadas culturales e históricas, y éstas orientan sus prácticas cotidianas, sus interpretaciones y sus asignaciones de sentido. Por esto es que podemos preguntarnos ¿cómo es la “realidad” desde la cuál ejercemos nuestra práctica psicoanalítica, desde donde realizamos nuestras interpretaciones? Así como también volver a situar la producción freudiana en su tiempo y contexto histórico, es decir en los 1900 de la época victoriana, con su moral sexual que configuraba el entorno desde donde surgen las neuróticas de Freud con sus síntomas histéricos. Para Labourdette (2020) “los mundos-de-vida/»realidades» son complejas configuraciones de elementos de la vida social y se articulan de las formas más diversas según las circunstancias históricas que transiten. (pág. 8). Entonces, ¿cómo pensamos los analistas en nuestra época y en este costado del mundo? ¿Qué implica interpretar desde una matriz judeo- cristiana, greco-romana y occidental? 

Estas preguntas son motivadas desde dos afrentas, por un lado desde la propia clínica que trae pacientes con padecimientos subjetivos ligados a problemáticas como la identidad de género o las mutaciones en torno a los ideales, expectativas y transformaciones en los roles asignados a varones y mujeres en nuestra época, y por otro lado, puertas afuera del consultorio, proliferan las demandas desde los movimientos y estudios de género y disidencias, sobre la revisión de la teoría psicoanalítica desde donde ejercemos la clínica. Denunciando sobre todo la patologización de ciertas identidades y de ciertas orientaciones deseantes que se fugan de la norma. 

Labourdette (2020) sostiene que la realidad es un «artificio sociocultural», pero tiene la peculiaridad que es vivida como natural (p. 5)”. Y esta tendencia a la naturalización transforma el artificio de una realidad construida arbitrariamente en una realidad aproblematizada y con certezas ilusoriamente vividas como absolutas. En este punto nos interesa introducir la categoría de género, como herramienta conceptual que nos permite deconstruir en sentido derridiano la idea de que lo femenino y lo masculino son existentes naturales.

Para intentar una primera aproximación podemos retomar la conocida frase que los feminismos se apropian de la filósofa francesa Simone de Beauvoir en su libro “El segundo sexo” (1949) cuando dice “no se nace mujer; se llega a serlo” (pág 109), y lo ponemos en diálogo con la propuesta de Berger P. y T. Luckmann (1986) en “La construcción social de la realidad”. Los autores plantean que “el individuo no nace miembro de una sociedad: nace con una predisposición hacia la socialidad, y luego llega a ser miembro de una sociedad. (pág 2).  Y agregan que el punto de partida de este proceso temporal es la internalización: “la aprehensión o interpretación inmediata de un acontecimiento objetivo en cuanto expresa significado, o sea, en cuanto es una manifestación de los procesos subjetivos de otro que, en consecuencia, se vuelven subjetivamente significativos para mí (pág 2). En términos ontogenéticos este proceso lleva por nombre socialización que implica la incorporación de sentidos que conforman el “mundo objetivo” entre comillas de la sociedad a la que pertenece. 

Desde la teoría psicoanalítica privilegiamos la infancia como aquel tiempo de constitución del aparato psíquico, tiempo de conformación del sujeto psíquico, que en términos de identificaciones se produce en tiempos lógicos y cronológicos la llamada identificación primera, definida como la incorporación, al modo canibalistico, de rasgos y atributos provenientes del discurso parental. Así también, privilegian este tiempo los autores Berger P. y T. Luckmann (1986), al ubicar en el período infantil la socialización primaria,  por medio de la cual un individuo se convierte en miembro de una sociedad. Afirman que “la socialización primaria suele ser la más importante para el individuo, y que la estructura básica de toda socialización secundaria debe semejarse a la de la primaria. Todo individuo nace dentro de una estructura social objetiva en la cual encuentra a los otros significantes que están encargados de su socialización y que le son impuestos. Las definiciones que los otros significantes hacen de la situación del individuo le son presentadas a éste como realidad objetiva (pág 3)”. Y más adelante agregan que “la socialización primaria crea en la conciencia del niño una abstracción progresiva que va de los «roles» y actitudes de otros específicos, a los «roles» y actitudes en general. 

Desde los estudios de género suele hablarse de la socialización de género, como aquel proceso que explica que nuestras formas de actuar o de sentir no responden a diferencias naturales entre los varones y mujeres sino que tienen que ver con las formas en que somos criados y educados según la cultura y el momento histórico. Estos modos y características asignados a varones y mujeres se constituyen y transmiten a través de los procesos de educación y crianza y atraviesan a todas las instituciones de la sociedad. Siendo el primer agente socializador de la familia. O incluso antes del nacimiento el agente de la salud encargado de realizar la lectura genial del feto para encasillar a ese cuerpo en la posibilidad de macho o hembra, y así asignar el género femenino o masculino. De esa matriz de interpretación se deriva la elección de un nombre, ropa, juguetes, profesiones, y las fantasmáticas sobre los roles sociales y sus estereotipos para el sujeto infantil. Así podemos sostener que el sexo es un discurso sobre el sexo, no un dato que antecede al lenguaje, como algo natural. 

Teniendo en cuenta que tanto paciente como analista son socializados en la misma sociedad, es pertinente volver sobre las preguntas desde qué tipo de construcción genérica estamos operando. ¿La escena analítica destinada a la revisión crítica de fantasmáticas cristalizadas puede convertirse en otro dispositivo de normativización?.

Los analistas no estamos frente a un Inconciente, sino frente a un sujeto sufriente, un sujeto que está emplazado en un discurso y atravesado por sus auto-teorías. Es un deber ético el de revisar las teorizaciones flotantes desde las cuales escuchamos, es necesario tensionar las categorías conceptuales que poseemos para que seran verdaderas herramientas de liberación de síntomas y no armas de opresión que reproduzcan ideas familiaristas (familia burguesa propia de la modernidad), cuerpos cisheteronormados, capacitistas y coitocentricos. 

La responsabilidad como agentes de salud está en no criminalizar y patologizar subjetividades por quedar abrochados a posibles núcleos ideológicos en las teorías de nuestra disciplina.  

Conclusión

Creemos haber alcanzado, de forma más o menos acabada, el objetivo de realizar algunas puntuaciones sobre los beneficios de hacer dialogar las disciplinas para ampliar las fronteras del propio conocimiento. Tal vez no se trate de encontrar respuestas acabadas, sino abrir a nuevos interrogantes, necesarios para profundizar en la reflexión de la práctica psicoanalítica. 

Si podemos afirmar que no hay nada por fuera del lenguaje, podemos decir que las fronteras del corpus teórico psicoanalítico son las fronteras de su clínica. Y si la escucha de la clínica es la base de su teoría,  su práctica exige una revisión necesaria para despojarse de los lastres. Bleichmar (2000) afirma que:

                                      El futuro del psicoanálisis depende no sólo de nuestra capacidad de descubrimiento y de la posibilidad de enfrentarnos a las nuevas cuestiones que plantea esta etapa de la humanidad, sino, y esto es lo fundamental, de embarcarnos en un proceso de revisión del modo mismo con el cual quedamos adheridos no sólo a las viejas respuestas, sino a las antiguas preguntas que hoy devienen un lastre que paraliza nuestra marcha. Y en esa lentificación, sí, por supuesto, la tortuga puede ganar la carrera.

Las concepciones semiológicas que fueron pertinentes retomar en este desarrollo nos brinda herramientas conceptuales para comprender la complejidad de la práctica clínica, y nos sirve de aliado no solo en el desafío de cuestionar críticamente los conceptos teórico-técnicos, sino también en la exigencia ética que nuestra tarea comporta. 


Referencias bibliográficas 

Beauvoir, S. (1977). El segundo sexo. Siglo Veinte. Buenos Aires. 

Berger, P.; Luckmann, T. (2015). La construcción social de la realidad, Amorrortu, Buenos Aires.

Bleichmar, S. (2000). Sostener los paradigmas desprendiéndose del lastre. Una propuesta respecto al futuro del psicoanálisis. Revista Aperturas Psicoanalíticas N° 6. Recuperado de https://www.aperturas.org/articulo.php?articulo=0000130 

Labourdette, S. D. (1999). Teoría de las realidades en La estrategia del secreto, Grupo Editor Iberoamericano, Buenos Aires. 

Laplanche, J. y Pontalis J. B. (2012). Diccionario de psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires. Hornstein, M. C. (2014). Práctica clínica y proyecto terapéutico. Piera Aulagnier. ¿Qué cuerpo?. N° 15. Recuperado de www.elpsicoanalitico.com.ar/num15/autores-rother-hornstein-aulagnier.php



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