Por Milagros Müller, Celeste Siano y Daniela Gutscher.
El presente escrito tiene como objetivo dejar registro del trabajo realizado por el periodo de un año en un dispositivo de urgencias, en el cual hubo una fuerte apuesta a la emergencia de la subjetividad de cada adolescente, teniendo como premisa básica la apuesta a la ternura como condición de posibilidad para la protección, preservación y mejoramiento tanto de su salud mental como de sus derechos humanos.
Dibujos de lxs pibxs del dispositivo, creando y haciendo del dispositivo, su hogar.
Ofrecer un lugar: apostar a construir un dispositivo que aloje desde la ternura
Un pajarito va juntando ramitas y palitos para armar su nido. Le lleva tiempo y, a pesar de la lluvia y el tiempo, lo logra. Podríamos tomar el nido como metáfora para pensar los abordajes institucionales, interinstitucionales o intersectoriales; que esas redes propicien el hacer nido para que esos cachorros humanos puedan constituirse psíquicamente y los sujetos infantiles, latentes o adolescentes continúen su proceso de subjetivación. (…) Apostemos a lo creativo de armar nido allí donde hay no lugar. Y que este pueda también ser armado por el propio sujeto infantil que lleva su propia ramita. (Aguirre, 2021, p.103).
La institución en la que se ha llevado a cabo el trabajo es un hogar para adolescentes que se encuentra enmarcado como un dispositivo de urgencias en la Provincia de Santa Fe, Argentina. La particularidad de su funcionamiento permite el ingreso de lxs jóvenes durante las 24 horas del día, el cual se realiza inmediatamente después de que se toma una medida de protección excepcional, mediante la cual lxs retiran de sus casas o centros de vida para preservar su interés superior. Otra cuestión que hace al funcionamiento institucional es que lxs adolescentes no pueden permanecer por un periodo superior a 2 meses, por ser transitorio y de urgencias, motivo por el cual cuando lxs jóvenes ingresan, inmediatamente se comienza a trabajar con los equipos territoriales de la Secretaría de Niñez. Esto último a los fines de poder pensar las mejores posibilidades para los y las adolescentes, ya sea su residencia en Hogares que funcionen de manera permanente y donde puedan ser alojadxs, como también evaluar la posibilidad de que retornen a su centro de vida, iniciando un trabajo con sus familiares -o quienes desempeñen dicha función- para asegurar la garantía de sus derechos.
Cuando ingresamos al dispositivo, nuestra tarea como equipo técnico de esta institución fue, en un primer momento, comenzar a trabajar para subvertir la lógica bajo la cual venía funcionando hasta el momento. Como establecen las autoras Zelmanovich y Minnicelli (2012) es necesaria una clara señal de alerta cuando podemos constatar que la institución simbólica, en tanto marco de referencia simbólico-social, de hecho, deja su lugar vacante y lo cede a la lógica manicomial, burocrática y de consumo, sin establecer con claridad los límites de lo permitido y lo prohibido respecto de los cuerpos, tanto de las infancias como de las adolescencias. Teniendo presente esto es que nos preguntamos, ¿Había lugar para estas transformaciones? ¿Estaban dadas las condiciones para alojar a lxs adolescentes? ¿Cómo comenzar a instalar legalidades que se alejen del punitivismo y estén al servicio de su cuidado? ¿Cómo enmarcar intervenciones que puedan tener una función terapéutica?
Los primeros meses de trabajo fueron muy arduos porque la institución no contaba con normas o legalidades mínimas que enmarquen las acciones de lxs adolescentes que residían allí. Lxs adultxs que desempeñan las funciones de “convivenciales”, quienes estaban la mayor cantidad de tiempo con lxs adolescentes, no habían recibido -hasta el momento- las capacitaciones correspondientes para direccionar las intervenciones bajo un criterio tendiente a trabajar en la propuesta de ciertos rehusamientos, que permitieran el refuerzo de los diques anímicos, pensando estos como prerrequisitos para la inscripción de ciertas legalidades que irían posibilitando el ingreso a la cultura (Freud, 1905). Nosotras como equipo, teníamos en claro que la inscripción de legalidades implicaba una operatoria que no se producía si no era en un vínculo de carácter asimétrico con lxs adolescentes, donde la persona adulta es quien tiene la responsabilidad de ir pautando. Esta interdicción se produce, no al servicio de un ejercicio tiránico del poder, sino en el marco de un proyecto a futuro, que tenía que hallar sus raíces en el marco de un proyecto social en el cual poder asentarse. (Bleichmar, 2008). En esta dirección, siguiendo a Kelsen (1991) la apuesta fue ir construyendo un dispositivo que favorezca la formación de ciudadanos libres, formación propiciatoria de la justicia. Por eso, nuestra idea inicial radicó en instaurar el criterio de que lxs adultxs que formemos parte del dispositivo y que estemos a cargo de las funciones de cuidado, teníamos que comenzar a transmitir las legalidades, alejándonos de toda propuesta cercana a la puesta de límites –relativa a la utilidad pragmática de la norma o al carácter punitivo de esta- e ir inscribiéndonos como figuras investidas amorosamente habilitando, desde la ternura, la posibilidad de pensar el carácter protector de la inscripción de la legalidad.
Ahora bien, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de ternura? En el texto Tres ensayos de teoría sexual (1905) Freud establece una clara diferenciación entre corriente sensual y corriente tierna. Retomando a Laplanche y Pontalis (2013) “en el empleo específico que le da Freud, este término designa, en contraposición al de sensualidad, una actitud hacia el otro que perpetúa o reproduce el primer modo de relación amorosa del niño, en el cual el placer sexual no se da independientemente sino apoyándose en la satisfacción de las pulsiones de autoconservación” (p.430). Es decir, que este término pone en primer plano la noción de cuidado en relación al vínculo amoroso con el objeto. Allí donde la pulsión es acéfala y busca la descarga por la vía más corta, sin miramientos por el objeto, la ternura se ubica del lado del Yo, puede ser pensada como un dique anímico que permite la protección del Yo y posibilita destinos más complejos, ante el avance incesante de la pulsión. En este sentido, el trabajo con lxs jóvenes apuntó, en primer término, a poder comenzar a inscribir una pautación allí donde sólo había existido desamparo y desvalimiento psíquico, con el objetivo de poder producir una complejización del aparato psíquico que permita el reequilibramiento del mismo en términos económicos. Tal como lo plantean Zelmanovich y Minnicelli (2012) “el desamparo simbólico es una de las formas contemporáneas de expresión de lo real en los infantiles sujetos. Desamarrados, dejados a merced de sus pulsiones, exponen sus desregulaciones y demandan que allí hacen falta marcos, bordes que permitan otros destinos para la pulsión que, en numerosos casos, demuestran la vigencia de las afirmaciones freudianas relativas a que las pulsiones pueden volverse contra el propio sujeto o contra otros” (p.41). Desde esta perspectiva, la instauración de legalidades se encuentra al servicio de proteger a estas infancias y adolescencias arrasadas, de sus propios impulsos, de sus propios enojos, en el marco de una ética de cuidado. También implica la apuesta por comenzar a inscribir preguntas en relación a un proyecto identificatorio (1986), lo que implica instalar posibilidades donde antes había certezas, a los fines de poder brindar una oferta representacional que les permita pensarse en un futuro distinto al único conocido. Proponer mediante la pautación una renuncia a los modos de descarga pulsional directos que se presentaban, implicaba comenzar a generar otros modos de descarga y satisfacción que se encuentren más distanciados y diferidos. Un ejemplo que ilustra esto, fue el trabajo con un adolescente que, al comienzo de su estadía, no medía su fuerza, golpeaba las puertas y las paredes; mientras que, poco a poco, comenzó a encontrar en el rap y en la creación de sus propias letras, ciertos modos de liberación de sus enojos y angustias. En este sentido, el trabajo implicó un fuerte compromiso en acompañar aquello que iba emergiendo y aconteciendo en ese momento y lugar, ya que, al ser un dispositivo de urgencia, nos encontramos con sujetxs en lxs cuales constantemente aparece algo que irrumpe, que desborda y que no debe ser censurado. Bajo esa comprensión es que nos dispusimos a alojar aquello que traían, a encuadrarlo y acotarlo si era necesario. Nos dispusimos comenzar a instalar la condición de posibilidad y permitirles interrogarse, y por qué no, en ocasiones, interrogarnos, acerca de decisiones, objetivos propuestos y formas resolutivas que aparecían como la única opción.
Interrogarse y reflexionar sobre las intervenciones, también implicó detenernos a pensar sobre la noción de sujetx que cada una de nosotras tenía. Las tres partíamos de la comprensión de una perspectiva exógena de constitución del aparato psíquico, donde las acciones de un/unxs otrx/s adultx/s que oficie/en como doble conmutador (1993) resultaban fundamentales para la complejización del psiquismo, sin perder de vista lo fundamental del concepto de metábola. El desvalimiento y la falta de otro que oficie como sostén de estos adolescentes en sus niñeces, resultó algo que se repetía en cada caso produciendo efectos singulares que tenían por correlato múltiples padecimientos, síntomas y trastornos con los que trabajamos, a los fines de poder inaugurar nuevos destinos de pulsión y formas menos sufrientes de ser y estar con otros.
Por otra parte, nos interesa destacar que el trabajo en el dispositivo no resultaba ajeno a las relaciones de poder que lo conformaban, ya sean las que tenían lugar dentro de él, como aquellas que provenían de afuera, pero que regulaban el funcionamiento del mismo. En este sentido, tener presentes las relaciones de poder que tienen lugar en las instituciones de niñez y adolescencia, implicaba pensar y resituar tanto el saber cómo el poder que lxs adultxs tienen – tenemos- sobre lxs pibxs, entendiendo que no debe ser utilizado para anular su voz, sino al contrario, tomarlo para habilitarlxs a poder asumirse como sujetxs deseantes.
Ahora bien, si el dispositivo resulta una práctica sustitutiva de las lógicas manicomiales, ¿qué entendemos por dispositivo? ¿Cómo lo definimos? Partimos de una concepción de dispositivos como espacios para alojar la subjetividad. En este punto, cabe resaltar aquello que fue expuesto por Foucault respecto a los dispositivos, “un espacio de formación que, en un momento histórico dado, tuvo como función mayor responder a una urgencia” (Foucault, 1984). Espacios para responder a la urgencia subjetiva y con intenciones de promover la reinserción de los sujetos al contexto social y cultural en el que se encuentran. En este punto, el dispositivo puede ser entendido como una herramienta de transformación institucional y subjetiva, ya que en principio ofrece una lógica diferente y alternativa a la posición institucional que se venía sosteniendo, y que permitió interrogar los modos asistenciales y de control que hasta el momento se presentaban como prácticas hegemónicas. Estas anulaban toda posibilidad de generar lazos sociales, tanto por dentro como por fuera de la institución, que traía como consecuencia la vulneración de los derechos humanos. Respecto a lo mencionado, Carcovich (2015) afirma:
el hecho de haber sido descubierta esta vulneración no garantiza que en el devenir de la historia no existan puntos de renegación, en donde estos aspectos esenciales y definitorios de las prácticas como el respeto por los derechos humanos, sean objeto de olvido, y lo ya rechazado pase a ser legitimado nuevamente. (p86)
Creemos que es objeto de construcción constante la intención de no perder de vista la importancia de no facilitar retrocesos en el territorio ganado respecto al cuidado por la protección de los derechos humanos, especialmente frente a los avatares que surgen como emergentes en relación a las prácticas y saberes en el campo de la Salud Mental. Para esto es menester potenciar lo singular, es decir, la posibilidad de retomar – o en ocasiones inaugurar- caminos deseantes en el lazo con otrxs, propiciando el tejido de una red y de anudamientos que mejoren las condiciones subjetivas. Establecer lazos, otros tipos de lazos, distintos a los conocidos y basados en el cuidado, entendiendo el lazo social como una posibilidad de encuentro con otrxs.
En este sentido, creemos que es necesario inscribir otra lógica, distinta a la instaurada en las instituciones de niñez y adolescencia. Hacerlo implica asumir riesgos, entrar en campos de disputas y asumir un rol político como agentes de salud. Esto implica repensar las prácticas y posiciones de quienes hacen y hacemos las instituciones, así cómo analizar e investigar las lógicas discursivas que subyacen a los fines de poder crear políticas públicas que respondan a las necesidades de los adolescentes y, no solo a los antojos de las altas esferas del poder.
Conclusión
Lo importante que hemos demostrado es que lo imposible se ha vuelto posible. Diez, quince, veinte años atrás, era impensable que un manicomio pudiera ser destruido. Tal vez los manicomios vuelvan a ser cerrados, incluso más cerrados que antes, yo no lo sé, pero de todas maneras nosotros hemos demostrado que se puede asistir a la persona loca de otra manera y el testimonio es fundamental. No creo que el hecho de que una acción logre generalizarse quiere decir que se ha vencido. El punto importante es otro, es que ahora se sabe qué se puede. (Basaglia, 1979)
Trabajar juntas durante un año y luego volvernos a encontrar desde la teoría para la producción de este trabajo resulta un ejercicio emocionante y muy estimulante. Cabe mencionar que nosotras no nos conocíamos previamente al ingreso a la institución, nunca habíamos coincidido en otro espacio ni personal ni tampoco profesionalmente. Este aspecto es muy curioso porque, pese a ello, cuando comenzamos en nuestras tareas, pudimos construir un equipo de trabajo unificando un criterio en común, nutriéndonos de las diferencias y del saber de cada una y, fundamentalmente, oxigenarnos a partir de preguntas, reflexiones y conversaciones. Allí donde las condiciones pueden resultar alienantes, las preguntas y posibles reflexiones permiten relanzar el juego. Tal como plantea Aguirre (2021) “La soledad profesional muchas veces enceguece, en tanto el trabajo compartido y la conversación iluminan la opacidad y permiten la construcción de algo nuevo: un nido simbólico que intenta dar lugar y alojar al sujeto” (p.108). En este sentido, el presente escrito se inscribe para nosotras como un cierre simbólico de un periodo de trabajo sumamente fructífero y gratificante. No es casual la utilización que realizamos de la palabra “trabajo”, ya que, si revisamos los escritos freudianos y el diccionario de Laplanche y Pontalis (2013), esta palabra-concepto se utiliza para mencionar el trabajo del sueño, el trabajo elaborativo y el trabajo del duelo. En todos estos procesos, se alcanza un resultado determinado, un producto podríamos decir, cuya consecución implica una transformación del sujeto en ese proceso. En esta dirección, creemos que como conquista se pudo producir cierta subversión de una lógica manicomial, a otra capaz de alojar desde la ternura o, al menos, creemos fue posible comenzar a forjar una línea de trabajo que vaya a contracorriente de una propuesta desubjetivante. Por otra parte, este período produjo una profunda transformación en cada una de nosotras, tanto en el modo de ver y hacer la práctica diaria, como en el lazo de amistad que se forjó producto de él.
En este sentido, la ética y conciencia social de ocupar espacios de poder frente a estas niñeces y adolescencias arrasadas fue algo que siempre nos convocó, fundamentalmente, para no perder de vista las voces de quienes realmente importan: lxs propios adolescentes. En un sistema que brega por sus derechos, marcado por una lógica adulto centrista y por el ideal de una subjetividad heroica, se producen nuevamente situaciones de arrasamiento y revictimización. Por ese motivo, deviene un ejercicio constante el repensar las demandas planteadas y las lógicas institucionales enquistadas. Tal como establecen Zelmanovich y Minnicelli (2012)
“Hace falta instituir infancia en el discurso contemporáneo, con relación a la legalidad de la cultura, por la inscripción de la ley fundante del sujeto en el orden social que es la marca de la diferencia entre lo prohibido y lo permitido. Ante la renuncia de los adultos a efectuar estas operaciones de diferenciación, que son operaciones de inscripción subjetiva, la deriva a la que quedan expuestos precipita a los niños a un estado de desamparo simbólico ante el cual resulta necesario inventar formas culturales que permitan bordearlo, circunscribirlo en tramas simbólicas imaginarias. (p.40)
Finalizando el escrito creemos necesario y urgente que resuene, se insista y se torne prioridad la imperiosa necesidad de instituir infancia, de habilitar la ternura, de desestigmatizar la adolescencia y de trabajar con ella. Se trata de desmarcarse de la lógica manicomial, perder el miedo y ofrecer la posibilidad de la palabra, allí donde solo hubo silencio y censura.
Bibliografía
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